En este mundo hiperconectado y sobresaturado de información en el que vivimos es muy habitual encontrar definiciones como “natural”. Pero, ¿qué es natural?
Mi abuela dice que natural es lo de la huerta, lo que “no está lleno de esas cosas que le echan ahora a la comida”. Si le preguntas por lo de la huerta, siempre te habla de la frutería que tenía su padre en Ourense cuando era pequeña.
Tengo que daros una mala noticia. La palabra natural está taaaaaan manida que le puedes encontrar “químicos” a cualquier alimento que te presenten como natural. Como si algo no llevase “química”. ESTO NO QUIERE DECIR QUE “LOS QUÍMICOS” SEAN MALOS, si no que nuestra concepción de lo que es un químico es incorrecta.
¿Pero por qué la población ha concluido que los químicos son malos?
Sinceramente, no tengo una respuesta clara. Pero estoy bastante segura de que se debe a que, con la revolución que se vivió a nivel industrial durante el siglo pasado, se desarrollaron numerosos compuestos que resultaron no ser la maravilla que prometían ¿has oído hablar del DDT? Si no, te recomiendo que busques porque creo que merece la pena.
Un poco de contexto
Con el paso del tiempo, se han ido encontrando sustancias que añadimos a casi cualquier envase, planta o alimento. Son, en su mayoría químicos artificiales que, al contrario de una infección, cuya causa puede ser conocida a través de un análisis microbiológico, actúan de manera casi invisible. Además, el efecto del contacto con estos químicos puede mantenerse durante años e incluso pasar a la siguiente generación, que pueden desarrollar obesidad, diabetes tipo II, defectos de nacimiento, infertilidad, endometriosis, IQ bajo, fibrosis, cáncer testicular, enfermedad cardíaca, autismo, cáncer de mama…
Sin duda alguna, los más reconocidos (que no conocidos, que queda mucho por investigar), son los disruptores endocrinos (EDCs).
¿Qué es un disruptor endocrino?
Básicamente, es cualquier químico sintético que provoca un cambio en el funcionamiento adecuado de las hormonas de nuestro cuerpo debido a la exposición al mismo. A veces, estos químicos imitan la actividad de una hormona uniéndose a sus receptores o bloqueando su activación, causando que se produzca y distribuya demasiada o muy poca de determinada hormona en el organismo y que circule por el torrente sanguíneo. Cuando un químico externo altera la forma en la que una hormona debería funcionar, causa anormalidades en las células, tejidos y órganos del sistema, como en el cerebro o los órganos reproductivos, contribuyendo al final a una enfermedad y disfunción.
Cuanto más entendamos los genes, proteínas y pequeñas moléculas de las células, más sabremos cómo los químicos cambian el funcionamiento hormonal, aumentando o disminuyendo la producción de genes sin modificar el código genético.
Cabe destacar que son capaces de traspasar la barrera generacional, es decir, los daños en el padre se manifiestan no solo en sus hijos y en sus nietos, sino también en sus bisnietos.
¿Por qué hemos tardado tanto en identificar ciertos EDCs?
El sentido común nos dice que la cantidad de exposición a un tóxico puede usarse para predecir su impacto de una forma directamente proporcional (“como diría Paracelso”). Para la mayoría de venenos esto ha resultado cierto y, por ello, la mayoría (si no todas) las leyes han usado esta interpretación a la hora de decidir los niveles seguros de fármacos, contaminantes del aire, químicos usados para empaquetar alimentos, pesticidas y una serie de exposiciones potencialmente peligrosas.
Este ha sido el problema, por eso hemos tardado tanto tiempo en darle la importancia que se merece a estos contaminantes. Cientos de estudios han demostrados que más de una docena de químicos desobedecen a Paracelso (en su defensa diremos que él no disponía de la ventaja de entender la compleja biología endocrina).
El primer resultado inesperado es que los efectos pueden aumentar más rápidamente a niveles más bajos de exposición, esto es lo que se llama no linealidad. Se observa, por ejemplo, en el efecto del metil-mercurio o de pesticidas organofosforados en el desarrollo cerebral. Este fenómeno también se da con los EDCs, aunque no necesariamente en el cerebro; por ejemplo, en 2012 se vió que los niños con obesidad tienen más BPA en la orina.
Pero el fenómeno más curioso es un tipo de no linealidad denominado nonmonotonicity (sinceramente si hay una palabra en español, yo no la sé), que consiste en que mientras que a muy baja dosis se ven grandes efectos rápidamente, cuando la dosis aumenta los efectos desaparecen. Se da en diversos EDCs, incluido el BPA o la atrazina, un herbicida artificial ampliamente utilizado en el maíz.
Hablemos de presente y futuro
Lo que haces hoy determina lo que serás mañana. También lo que no haces.
Lo mismo pasa con los químicos que ingerimos sin darnos cuenta y aquellos a los que nos exponemos. Hace años que sabemos que los materiales con los que convives pueden afectar a tu salud y a la de tu descendencia. Sin embargo, nunca hemos hecho nada al respecto porque en el momento en el que alguien te advierte estás bien, y supones que estarás bien siempre. Un poco como con el alcohol.
Pero ¿y a nivel gubernamental? ¿Por qué no hay leyes suficientes que nos protejan?
Como siempre, Mr Money tiene algo que decir y, a corto plazo, la investigación y el desarrollo de nuevos materiales supone una gran inversión. Del largo plazo no hablamos porque como son legislaturas de 4 años nadie hace nada a largo plazo a no ser que la opinión pública le obligue.
DATO CURIOSO: cuando se prohibió el BPA en los biberones a nivel legal, la inmensa mayoría de empresas de biberones llevaban años sin usarlo. El mercado lo demandaba.
Sin embargo, no hacer nada cuesta más a los gobiernos que invertir en productos más seguros y en nuevas políticas regulatorias. Piensa esto: ¿qué pasaría si el coeficiente intelectual (IQ) medio de la población disminuyese a causa de los EDCs a los que nos exponemos? ¿Y si poco a poco perdiésemos la capacidad de concebir?
“Si bien es verdad que en el peor escenario la pérdida de IQ sería de siete puntos y las madres apenas lo notarían, la economía del país definitivamente si lo haría. A grandes rasgos, cada punto de IQ perdido de media se traduce en una bajada del 2% de la capacidad de producir dinero valor durante toda la vida. Esta pérdida se debe en parte a una menor participación en el trabajo, pero también podría ser por menores capacidades.
Si tienes en mente que una persona media gana algo más de 1 millón durante toda su vida, entonces cada punto de coeficiente intelectual vale de media entre 5000 y 25000€. Si entre 4 y 5 millones de europeos perdiesen 1/3 de un punto de IQ y como máximo cinco cada uno, la pérdida económica sería de 125 billones de euros.”
- Leonardo Trasande
Personas de todo el mundo eligen cuidadosamente productos con el sello y la promesa de ser “libre de BPA”. Así es como han surgido derivados como son el BPP, BPF, BPS… que poseen efectos similares o peores que el primero. ¿La solución? Evita envases de plástico policarbonatado
Los estudios solo han empezado a rascar en la superficie de este fenómeno, pero sabemos que el bisfenol A (usado en latas, papel térmico de los tickets e hilos dentales) y tributil de estaño (usado para prevenir que los microorganismos se acumulen en los cascos de los barcos) pueden inducir obesidad en los bisnietos de los animales expuestos.
Hay que tener en cuenta que los niños que son obesos, son más propensos a permanecer obesos durante toda su vida, sufriendo una calidad de vida disminuida, peores oportunidades económicas y otros efectos negativos.
Otro ejemplo en alimentación es el denominado DEHP, que se usa en la industria alimentaria para envasar alimentos y como contenedores porque hace a ciertos plásticos, como al PVC, blando y maleable. Así es como lo encontramos en botellas de agua o en los envoltorios de comida rápida. Este compuesto es capaz de decirle a tu organismo que produzca células de grasa aunque no sea el uso óptimo de los nutrientes ingeridos. Además, actúa sobre las arterias y el corazón y causa estrés oxidativo.
Son muchos y muy diversos los ejemplos que puedes encontrar de estos EDCs, también sus efectos en el organismo. Sin embargo, es complicado establecer la relación causa-efecto porque en la mayoría de casos no hay una huella química. Tras infligir su daño dejan rápidamente el organismo; la mitad del químico se va en un día o dos en algunos casos, pero sus efectos pueden durar toda una vida.
Además, por razones éticas, no hacemos controles aleatorios de exposición a pesticidas en humanos. Para las pruebas químicas tenemos que fiarnos de estudios en los que observamos humanos y examinamos los efectos en la salud de los niveles de contaminantes a los que se suelen exponer en su día a día. Sin embargo, cuando los estudios observacionales concuerdan con los resultados de los animales de experimentación (en los que puedes controlar muchos más factores) la conclusión puede ser muy valiosa para interpretar el potencial causa y efecto de la relación.
Qué puedes hacer
“Mucho del conocimiento necesario está ahora mismo disponible, pero no lo usamos”
– Rachel Carson, autora de La primavera silenciosa
Sinceramente, creo que los grandes pasos los dan las personas individuales decidiendo con su dinero. Así funciona este mundo capitalista. La regulación ya vendrá. Pero hasta entonces, protégete tú lo que puedas.
Algunas de estas pautas son más sencillas de instaurar en tu día a día que otras. Sin embargo, todas las decisiones, por pequeñas que sean, pueden suponer un cambio.
1. Compra frutas y verduras con un sello que identifique que no han sido tratadas con herbicidas o pesticidas. Además, estas etiquetas de comidas bio/orgánicas, te aseguran que no son OMGs y que no han sido tratados con glifosato (un herbicida que también se las trae).
2. Evita lugares con contaminación ambiental elevada. Sí, cómo madrileña que soy sé que esto es más difícil de lo que parece
3. Come comida fresca, que no haya sido envasada.
4. Lava las frutas y verduras con un producto adecuado antes de cocinarlas para quitar los residuos de pesticidas.
5. Vigila que los envases que uses sean adecuados para reutilizar y para entrar en contacto con la comida. Es decir, busca en los tuppers el sello de la copa y el tenedor y no reutilices los tuppers de la comida a domicilio porque están pensados para un solo uso.
6. Recuerda que “libre de BPA” no es sinónimo de “libre de bisfenol”
7. Si un tupper está rallado o desgastado, tíralo.
8. “Natural” no te dice nada sobre la contaminación por pesticidas o ftalatos. Que un alimento sea de una plantación de alguien a quien conoces no dice nada sobre los contaminantes que tiene.
“Le digo a los estudiantes que mi esperanza es que algún día las etiquetas nutricionales de los alimentos den información, no solo de los nutrientes, si no de los contaminantes”
- L.Trasande
Conclusión
Puede que me haya alargado mucho, o me haya quedado muy corta, dependiendo de lo interesante que te parezca este tema. A mí, desde luego, me parece muy interesante ver como decisiones tan pequeñas como el envase en el que llevas comida todos los días al trabajo puede tener un efecto tan grande.
Creo que saber este tipo de información puede ayudarte a elegir mejor, a entender que tu salud futura no depende solo de la cantidad de deporte que hagas y de tu dieta.
Aunque en este tema es fácil caer en la resignación de “todo está mal y yo no puedo hacer nada al respecto”, quiero dar la esperanza de que tienes mucho más poder del que crees.
Seguiremos investigando. Como siempre, te animo a que me des feedback y a que lo compartas con las personas a las que crees que les gustará. Así me ayudas a llegar a más gente y que tu amigo tome decisiones más informadas.
Nos leemos pronto,
Carolina
Recomendaciones
- La primavera silenciosa: libro de Rachel Carson. Marcó un antes y un después en la forma en la que miramos al medio ambiente. Se determinó que teníamos que responsabilizarnos de nuestros actos presentes y pasados y teníamos que actuar.
- Enfermos, gordos y pobres: libro de Leonardo Trasande. Mentiría si dijese que no tuve que parar de leer en ocasiones por la frustración que me producían ciertos capítulos. Pero, sin duda, es un libro que recomendaría a cualquiera que quiera tener una visión crítica de la situación actual de algunos químicos tóxicos de nuestro día a día.
- Plástico. Un idilio tóxico: libro de Susan Freinkel. Ayuda a ver la situación actual del plástico y entender por qué, si sabemos los peligros que trae consigo, todavía producimos toneladas y toneladas.
- History 101: serie de Netflix en el que cada capítulo te habla del presente, pasado y futuro de determinados temas. Recomiendo absolutamente todos, pero concretamente los capítulos de “Fast Food” y “Plastics”
- Nuestro veneno cotidiano. La responsabilidad de la industria química en la epidemia de las enfermedades crónicas: libro de Marie-Monique Robin. Poco tengo que explicar si has llegado hasta aquí.
*Si tienes tiempo puedes empezar a contarle a tu interlocutor qué es un químico y que a lo que él llama químicos son solo unos pocos tipos de químicos que no son específicamente de su agrado. Si tienes mucho tiempo puedes irte por las ramas y contarle en qué mejoran su vida “los químicos” y como los que no son de su agrado sí lo son para otras personas. Pensará que eres un pedante y puntilloso, pero hazme caso que se acordará del tema.